A principios del I milenio a.C., se
produce sobre el sustrato indígena, heredero del Bronce Manchego, la
interacción de diversas tradiciones culturales que llegan a esta zona,
tamizadas y reinterpretadas tras su paso por áreas limítrofes como la Meseta
Norte, el Suroeste, el Sudeste y la Alta Andalucía. Como consecuencia de ello
se inicia un proceso que acabará cristalizando en la iberización de las
poblaciones aquí asentadas.
A partir del 750-725 a. C. se sitúa el
comienzo de la Edad del Hierro en la Europa templada con la incorporación del
nuevo metal. Al principio, éste nuevo metal será limitado a muy pocos objetos y
es considerado como materia exótica y de prestigio, pronto se empezarán a
fabricar con este metal armas, y se producirá su verdadera generalización a
mediados del I milenio a. C.
Su
introducción en la Península se vincula al comercio fenicio, frente a la teoría
tradicional que lo ponía en relación con corrientes traspirenáicas.
El rasgo cultural que caracterizará a la
Edad del Hierro será la incineración, que ya había hecho su aparición en el
Bronce Final, aunque su auténtica generalización se producirá en esta época, en
la Península Ibérica este ritual fue adoptado por todos los grupos hasta bien
entrada la romanización.
Con la llegada de estos nuevos pueblos
del Mediterraneo a la Península se produce la iberización.
Los establecimientos ibéricos se sitúan
habitualmente en lugares próximos a curso fluviales, como es el caso del cerro
de Oreto, La Motilla de la Isla de Cañas y el cerro de Las Cabezas, estos ríos
además de constituir importantes vías naturales de comunicación posibilitan la
existencia de suelos aluviales muy fértiles.
La
localización en lugares altos de parte de los yacimientos ibéricos conocidos
debe responder a un planteamiento defensivo y de control del territorio, aunque
existian poblados en llanura, en zonas de vegas, que podrían ser el soporte
ganadero y agrícola de los grandes establecimientos en altura, como parece ser
el caso del yacimiento Casa de Rana.
Las dimensiones varían desde asentamientos
de gran tamaño como es el caso de Alarcos, Oreto o el cerro de Las Cabezas que
llega a alcanzar las 14 has. hasta los 1.800 m2 del cerro de Las Nieves de
Pedro Muñoz.
Será en la IIª Edad del Hierro, cuando se produce la iberización de la zona
primero y la entrada en el registro histórico con la posterior romanización.
Es costumbre situar cronológicamente el
comienzo de la II Edad del Hierro en el momento en que se produce la
"iberización", el cual a su vez se define por la aparición de las
cerámicas a torno pintadas, con origen en el Sudeste peninsular y Andalucía.
Este fenómeno no fue sincrónico en toda la
meseta, sino que comenzó primero en Albacete y sur de Ciudad Real y se difundió
luego hasta las zonas más septentrionales a lo largo del siglo V a.C
Empiezan
A constituirse los grandes poblados que asumirán un especial protagonismo en el
control y organización del territorio a partir de época prerromana.
Se van estructurando las principales vías
de comunicación que permitirán conectar esta área del interior peninsular con
los focos más dinámicos del litoral facilitando los intercambios comerciales y
culturales, rutas que en gran medida tendrán continuidad posteriormente en
época romana e incluso durante la Edad Media.
–Se inicia un proceso de intensificación
económica basado en la explotación agraria y minera, encaminado a dar respuesta
a la creciente demanda exterior con el fin de obtener elementos de prestigio de
origen colonial.
–Se empiezan a asumir una serie de
novedades tecnológicas y culturales como el torno alfarero, la metalurgia del
hierro o el ritual de la incineración de los difuntos.
El
doblamiento ibérico en el Alto Guadiana debió de desempeñar un papel importante
el desarrollo experimentado por el flujo comercial a través de las rutas de
esta zona sobre todo en su parte más meridional.
El
colapso económico que padece el área del Sudoeste de la Península y la
fundación de Emporion van a favorecer el reajuste de las rutas comerciales por
el interior de la Península en función de los intereses griegos que pretenden beneficiarse
de la riqueza minera de Sierra Morena y Extremadura.
Para ello se utilizaría la ruta que une
Levante con Extremadura a través de Albacete y Ciudad Real con una desviación
hacia Cástulo.
A partir de finales del siglo VI a.C.
asistimos a la progresiva consolidación de la cultura ibérica en este
territorio de la Meseta Meridional respecta a la cultura material la denominada
cerámica ibérica comienza a adquirir un creciente protagonismo, pero, de forma
paralela, se aprecian otros cambios como la mayor complejidad que adoptan las
estructuras urbanas, el desarrollo de una diversificada organización económica
o la Incorporación de la escultura en el ámbito funerario.
En
este territorio meseteño es prácticamente total a mediados del siglo V a.C.,
momento en el se sitúa el inicio del Ibérico Pleno cuando los influjos externos,
básicamente mediterráneos, han consolidado un proceso de aculturación
interactivo, en el que las gentes aquí asentadas no se limitan a ser meros
espectadores sino que irán adaptando su forma de vida, especialmente su
organización económica, ante las nuevas exigencias derivadas de una
intensificación comercial y cultural con otros ámbitos peninsulares en los que
los interlocutores serán bien otros pueblos iberos o bien mercaderes mediterráneos.
La profundización en los intercambios,
tanto mercantiles como culturales, se manifiesta en el notable incremento que
se percibe en la llegada de productos foráneos.
En este sentido resulta especialmente
significativa la presencia de materiales cerámicos griegos, que, si bien ya
estaban presentes en la fase anterior, será a partir del ibérico pleno cuando experimenten
un notable aumento, tanto en el volumen de restos recuperados como en la variedad
de tipos y el número de yacimientos en los que se han podido documentar hasta
la fecha.
La llegada de este tipo de producciones cuya
plasmación arqueológica son los restos cerámicos, pero que evidentemente
remiten a una mayor variedad de productos como aceite, vino, perfumes, etc., de
los cuales tan sólo nos queda su continente, se producirá como resultado de un
intercambio comercial en el que los metales, dentro del contingente de
productos exportados, asumirán un especial protagonismo.
La
riqueza minera de la región oretana fue destacada por autores grecolatinos como
Plinio, Polibio, Posidonio o Livio, quienes realizaron inequívocas descripciones
en torno a la abundancia de determinados minerales, sobre todo plata, plomo y
mercurio, noticias que han sido confirmadas tanto a través de estudios
mineralógicos como de excavaciones arqueológicas, que han permitido demostrar
el aprovechamiento desde época antigua de zonas mineras de la provincia de Ciudad
Real, especialmente en el área de Sierra Morena y el Valle de Alcudia.
Las
modificaciones afectaron sobre todo a la estructura socioeconómica y tuvieron
como objetivo fundamental lograr una intensificación en la producción con el
fin de adaptarse a las exigencias de un sistema de comercio típicamente
colonial o asimétrico para poder asegurar la suficiente producción de metales,
productos agrarios, sal esparto, pieles, etc. y de este modo satisfacer la
demanda de los mercaderes mediterráneos que a cambio aportarán objetos de lujo
muy apreciados por las jefaturas indígenas, cuyo control les permitirá consolidar
su privilegiada posición.
Entre mediados del siglo V y mediados del
III a.C. se observa un gran desarrollo de la cultura ibérica en el ámbito del
alto Guadiana con un número de asentamientos muy superior al período anterior.
Algunos de los poblados más importantes de
las fases anteriores continúan su desarrollo y alcanzan en este momento su
mayor esplendor
El número de asentamientos considerados “genéricamente”
como ibéricos y localizados hasta hoy se eleva a unos doscientos, pero al
conocerse la mayoría por prospecciones resulta muy difícil establecer el
período exacto de desarrollo, si bien el hallazgo de cerámicas griegas en
superficie en algunos de ellos permite
situarlos en esta fase cultural.
La
preocupación por la defensa queda reflejada en la existencia de obras
artificiales de fortificación, como ocurre en el Cerro de Las Cabezas que será
amurallado a pesar de su gran diámetro, y que sufrirá a lo largo del desarrollo
del poblado continuas reconstrucciones.
La técnica de construcción de esta
muralla consiste en el levantamiento de dos muros de escaso grosor, fabricados
con piedras de mediano tamaño, que eran unidos entre sí por muros paralelos de
menores dimensiones, el hueco que queda entre estos se rellenaba con piedras
irregulares y tierra.
Las ciudades de mayores dimensiones, se encuentran
predominantemente en el Sur de la Península Ibérica, en un área que coincide
con la antigua Turdetania y que incluye una gran parte de la Oretania y
Bastetania.
Según un intento de M.Almagro, de
sistematizar la extensión de las ciudades y de los poblados ibéricos; concluye
con que todas las ciudades ibéricas de más de 20 hectáreas, se encuentran en el
Sur de la Península. Con las excepciones de Edeta (Liria), con 10-15 hectáreas,
seguida de Ilici con 10 hectáreas, siendo todos los demás casos de ciudades, de
menos dimensiones.
El final de estos establecimientos no es
sincrónico, varios continuarán siendo habitados hasta la época medieval, como
es el caso de Alarcos, Oreto, entre otros, mientras que otros no llegarán a ser
romanizados como ocurre en el Cerro de Las Cabezas.
Para el comercio entre los propios
ibéricos, y el comercio con el interior peninsular, no se posee demasiada
información. No como el caso de los intercambios con el exterior: cerámica, del
textil fenicio no hay ningún dato relevante.
Los metales peninsulares sirvieron como
fuerte atracción, desde mucho antes de la época ibérica, para los diferentes
pueblos de Oriente. Confluyendo el comercio del metal en dos ámbitos: el metal
de uso diario, y el metal suntuoso.
Es
decir el cobre y el estaño (para el uso cotidiano), y para los objetos
suntuarios, estaban la plata y el oro. Los lugares de intercambio y comercio
eran las ciudades de los fenicios (Gadir, Malaka, Sexi...), y el área griega de
los alrededores de Cataluña.
El interés principal del mundo oretano se
centra en su papel intermediario en los procesos de transculturación ocurridos
en estas tierras por la transmisión de elementos culturales y étnicos entre
turdetanos, bastetanos, constestanos, carpetanos, vetones, lusitanos y celtas.
Si por una parte explican su temprana y
profunda iberización, por otra se celtizaron intensamente.
Así se explica que la ciudad de nombre
céltico Miróbriga (cerca de Capilla, Badajoz) sea considerada por Plinio como
túrdula y por Ptolomeo en una ocasión turdetana y en otra oretana, lo que da
idea del complejo mosaico étnico de estas zonas.
Lo
mismo se deduce de la referencia de Plinio de que los celtas de la Beturia, que
corresponde a las mismas tierras, procedían de celtíberos de Lusitania.
Por último, Plinio denomina a la ciudad
epónima como Oretum Germanorum, lo que parece confirmar la presencia de
elementos célticos inflitrados por estas zonas en épocas diversas pero
probablemente tardías, como pastores, mineros, mercenarios y, finalmente, como
clase dominante.
La iberización se produciría a partir del
siglo V a.C. avanzando desde la Oretania y la Contestania, evidenciada por la
penetración del torno y de raras importaciones de cerámicas áticas como objetos
de lujo.
A
partir del siglo IV a.C. parece existir una tendencia a establecer poblados
fortificados, tendiendo a predominar los situados sobre lugares estratégicos
que controlan amplios territorios y ejes de comunicación esenciales, lo que
denota una jerarquización del territorio más tardía pero semejante a la de la
Oretania, aunque no se tiene información sobre su urbanismo.
Hacia los siglos III-II a.C. pueden
alcanzar gran tamaño, probablemente más de 10 ha., como Consabura (Consuegra),
Toletum (Toledo), Complutum (Alcalá de Henares) o Villas Viejas, Contrebia
Cárbica (Cuenca).
De
esta zona resultan peculiares ciertas cerámicas pintadas a cepillo, pero aún
más la ausencia de armas, tan características de las necrópolis celtibéricas,
lo que puede indicar tradiciones agrarias menos jerarquizadas y guerreras,
aunque existen noticias de fuertes enfrentamientos de carpetanos frente a
púnicos y romanos en el último cuarto de siglo III e inicios del II a.C.
La formación de la Cultura Ibérica está ya
lograda desde el siglo VI a. de. C.
Los influjos de los pueblos colonizadores
fenicios, y en estas regiones, también griegos, son evidentes.
La importancia del comercio del metal en
esta zona es básica para entender el proceso de jerarquización social y las
transformaciones que permitirán crear unas condiciones cada vez más propicias
para la transformación de las viejas comunidades del bronce final en la etnia
oretana.
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